Hay que hacer un cierto esfuerzo para comprender porqué algo tan saludable como la sal, se ha convertido en nuestro tóxico diario. Como siempre, no hay un motivo único, sino una sumatoria de factores. Por ello conviene analizar el tema desde distintos ángulos: químico, físico, productivo, cultural, etc. Pero veremos que todos confluyen finalmente en el bendito interés económico, que -irónicamente- muestra poco interés por la salud. ¿Será que en la economía de los negocios, una persona sana no es “rentable”?
Analizaremos el problema de la sal desde
dos aspectos complementarios: el plano material y el plano energético.
Podemos comenzar advirtiendo que el centro de la cuestión está en la
refinación industrial. Analizada desde el punto de vista químico, la
diferencia entre una sal marina integral y la moderna sal de mesa de uso
corriente, resulta abismal. La simple evaporación del agua de mar, deja
como consecuencia un residuo sólido, al cual llamamos sal. Este residuo
está compuesto por los 84 elementos estables de la tabla periódica,
aquella que estudiábamos en el colegio secundario. Por supuesto que el
cloro y el sodio son los principales elementos cuantitativos,
representando casi el 90% de su composición. Pero la importancia
cualitativa de ese 10% restante es verdaderamente extraordinaria.
Dado que toda la vida del planeta surgió
del lecho marino, es obvio que hay una semejanza intrínseca y funcional
con aquella “sopa madre”. Todas las formas de vida (plantas, animales,
humanos), llevamos incorporada dicha solución en nuestros fluidos
internos (savia, líquidos intracelulares, plasma sanguíneo). De esto
eran conscientes nuestros antepasados, gracias a su intuitiva visión
holística; pero nuestro reduccionista modernismo industrial se encargó
de echar por tierra esta perspectiva. Concretamente en la sal, se
comenzó por pensar en términos de “suciedad”: había que lavarla y
purificarla para
presentarla como un producto “limpio e higiénico”. Este concepto
funcionó -y lo más triste es que aún funciona a nivel masivo- también
con otros alimentos básicos y sujetos a procesamiento industrial:
harina, arroz, azúcar, aceite, etc.
EL PROBLEMA DE LA REFINACIÓN
Pero hay otras razones de “peso”, por las cuales la industria ha desarrollado complejos y costosos procedimientos de limpieza
y purificación de la sal. Y es precisamente porque se fue descubriendo
el gran valor industrial del componente básico de la sal (el cloruro de
sodio ó cloruro sódico) en el desarrollo de los productos de síntesis
química. Una vez liberado de “impurezas” (y por tanto del equilibrio
iónico que le confieren los restantes 82 elementos), el cloruro de sodio
es un reactivo perfecto y económico. Por esta razón se perfeccionó la
técnica de refinación y limpieza, a fin de conseguir la máxima pureza en
la producción de cloruro sódico. Esta sustancia se convirtió en un
elemento imprescindible de la industria química, sobre todo para la
producción de plásticos, aceites minerales, desmoldantes, etc. También
la industria alimentaria la incorporó en su batería de aditivos
preservantes, como inhibidor de procesos de descomposición: un ejemplo
es el yogurt, que contiene cloruro de sodio, no como saborizante sino
como conservante.
La Dra. Sherry Rogers aporta otra pista
sobre el porqué de la refinación de la sal, en su libro “La cura se
encuentra en la cocina”: “La sal de mesa común que ha invadido el
mercado de Estados Unidos en los últimos 50 años, parece ser un
subproducto de la manufactura de armas. Las grandes compañías (como la
Morton Thiokol, fabricante de combustibles para
cohetes) refinan sal para extraer ciertos minerales que luego utilizan
en sus producciones bélicas y espaciales. En el proceso de refinación
industrial, la sal de mesa pasa por temperaturas de 670ºC, lo cual
altera definitivamente su natural estructura cristalina”.
Por estas razones se refina exhaustiva y
prolijamente la sal en el mundo moderno. Una sola cifra nos permite
comprender mejor esta realidad: el 93% de la sal que se refina en el
planeta está destinada a fines industriales no alimentarios, un 4% es
utilizado por la industria alimentaria como conservante; apenas el
minoritario 3% restante se destina al uso como sal de mesa. Traducido en
términos más sencillos, “de paso” la mesa “liga” los “beneficios” de la
excelente “pureza” de la refinación industrial y nuestras amas de casa
se “benefician” al disponer de un producto “inmaculado” y que no se
apelmaza.
También existe otra importante fuente de
cloruro de sodio, que si bien no proviene de la refinación, es
consecuencia de un desecho industrial y por tanto arrastra la nocividad
de la manipulación tecnológica, sobre todo a nivel energético. Nos
referimos a las fábricas de pastas para
papel o “pasteras”, tan en boga últimamente por la cuestión ambiental.
El cloruro de sodio es uno de los desechos emergentes del proceso de
producción de la pasta celulósica, base de la industria papelera. Como
rezan las advertencias de las películas, “cualquier relación entre esta
actividad y marcas de sal, es solo pura coincidencia”.
Siguiendo con la refinación de la sal,
digamos que en 1971 el gobierno japonés decretó que toda la sal para
consumo humano se debía elaborar por el dudoso proceso de intercambio de
iones, que usa 3.000 voltios y 120 amperes de electricidad para extraer
los iones de cloruro de sodio del agua de mar. Un físico atómico,
Katsuhiko Tani, contrario a esta decisión oficial, comenzó a realizar
estudios al respecto, creando la Asociación de Investigación de la Sal.
En una de sus primeras experiencias, Tani
trabajó con almejas vivas sumergidas en distintas concentraciones de
sal naturalmente obtenida por evaporación de agua de mar. Luego imitó
estas concentraciones con la sal para consumo humano y con la sal de
potasio (cloruro potásico), un sustituto artificial para hipertensos. El
resultado: las almejas sumergidas en las soluciones con sal natural
reaccionaron abriendo sus caparazones, mientras aquellas sumergidas en
las soluciones con sal obtenida por intercambio de iones o con sal de
potasio, permanecieron cerradas, reaccionando como si estuvieran en un
ambiente hostil.
Los párrafos anteriores tienen que ver
con una trágica realidad que a casi nadie preocupa: el cloruro de sodio,
como compuesto químicamente puro, no existe en la naturaleza. Algo
análogo ocurre con la sacarosa (azúcar blanco). Biológicamente el
organismo no reconoce estas sustancias refinadas y de extrema pureza; es
más, las considera tóxicas por su reactividad. Irónicamente, por la
misma razón que la industria aprecia al cloruro sódico (capacidad
reactiva), el organismo lo rechaza.
Para comprender mejor esta “fobia”
corporal hacia los compuestos químicamente puros, podemos usar dos
ejemplos burdos pero ilustrativos: la caña de azúcar y la hoja de coca.
Estudios hechos en Sudáfrica sobre muestras de orina de dos mil
trabajadores de plantaciones de caña de azúcar, no hallaron trazas de
glucosa, pese a que en promedio mascaban 2 kg diarios de caña, o sea que
ingerían unos 350g de azúcar por día. La explicación es sencilla:
mientras la caña mascada es un alimento natural, completo y fácilmente
metabolizable, el azúcar refinado es un producto extraño y nocivo para
el organismo. Otras investigaciones realizadas en África e India
muestran que la diabetes es desconocida en pueblos que no incluyen carbohidratos refinados en su dieta.
Respecto a la coca, es simple observar en
los pueblos andinos que el cotidiano consumo de la hoja mascada
(benéfica para el apunamiento) no genera los efectos devastadores del
extracto refinado, conocido como cocaína. Siempre estamos hablando de
productos vegetales, pero de por medio está presente el proceso de
refinación y purificación.
EL PROBLEMA DE LA ADITIVACIÓN
Volviendo a la sal refinada de mesa, no
todo termina en el “desguace” de sus restantes 82 elementos
constitutivos. Luego “sufre” la aditivación de otros compuestos
refinados. El caso del yodo y el fluor, ambos minerales tóxicos y
reactivos en las formas antinaturales que se adicionan industrialmente.
¿En que argumentos se basa este procedimiento, obligatorio por ley?:
resolver problemas tiroideos (yodo) y proteger la salud dental (fluor).
Pero nadie toma en cuenta que el cuerpo no puede metabolizar la
suplementación artificial de yoduros y fluoruros. Muchos científicos
están advirtiendo que estos compuestos son los principales responsables
de la formación de nitratos en el estómago; y se sabe que los nitratos
son las sustancias cancerígenas más agresivas, y responsables de tumores
selectivos en muchos órganos. También son responsables de reacciones
alérgicas y otros problemas de salud. Recientes estudios demuestran que
la adición de yoduros a la sal de mesa puede causar hipertiroidismo,
tiroiditis autoinmune y disminución de fertilidad. Por su parte el
fluor, aún en concentraciones bajas, está relacionado con problemas
neurológicos y endocrinos, afectando el sistema nervioso y provocando
déficit de atención (DDA) en niños y adultos.
A este trágico panorama, se suma la
aditivación de otros preservantes, por supuesto que todos legalmente
autorizados e incluso sin obligación de ser declarados en las etiquetas.
Además de yoduro de potasio, la industria de la sal adiciona dextrosa,
un tipo de azúcar que sirve para evitar la oxidación del yodo (¡¡¡o sea
que la sal tiene azúcar!!!). Luego le agregan bicarbonato sódico, para
que la sal no tome un tinte púrpura ras la adición del yoduro de potasio
y la dextrosa. Para evitar el apelmazamiento se adiciona hidróxido de
aluminio. Es bien conocida la relación aluminio-Alzheimer y el papel que
juega este metal liviano en las disfunciones neuronales, bloqueando los
procesos del pensamiento. ¡¡¡Como si no tuviésemos bastante con el uso
de utensilios de aluminio en la cocina, latas de aluminio para las
bebidas o papeles de aluminio para envolver alimentos!!!
Otros aditivos que encontramos en la sal
de mesa son: el carbonato cálcico, que no es otra cosa que un
pulverizado de huesos animales, el aluminato de silicio sódico, el
ferrocianuro de sodio, el citrato verde de amoníaco férrico, el prusiato
amarillo sódico y el carbonato de magnesio.
EL PROBLEMA DEL SODIO
A través de la sal refinada, ingresa
diariamente al organismo gran cantidad de sodio, un mineral que si bien
es necesario en la química corporal, hoy en día se ha convertido en un
problema a causa de su excesivo consumo, sobre todo en formas
inorgánicas. El sodio contribuye al mantenimiento del equilibrio
ácido-base y del balance hídrico y electrolítico del organismo, siendo
necesario para la correcta transmisión del impulso nervioso y para la
excitabilidad normal de los músculos. La forma ideal de su consumo es a
través de los alimentos frescos, que lo contienen en modo biológicamente
asimilable. Pero el enorme consumo de sodio (representa el 40% de la
sal común) proviene de productos industriales y a su vez está
relacionado con deficiencias del electrolito sinérgico: el potasio. El
desorden sodio/potasio se ha convertido en una de las grandes causas de
los modernos problemas de salud.
Normalmente se piensa -y así lo sugieren
los especialistas- que con evitar la sal se resuelve el problema del
exceso de sodio. Sin embargo, el consumidor moderno se ve expuesto a la
inadvertida presencia de variadas y a veces nefastas formas de sodio en
los alimentos industrializados de uso corriente, la mayoría de las
cuales no están indicadas en las etiquetas de los productos que las
contienen. Un ejemplo es el pan común, que suele aportar 1,3% de sal, o
sea unos 500mg de sodio por cada 100g de un producto que se consume en
grandes cantidades. Si tenemos en cuenta que la OMS recomienda que las
personas adultas no superen los 6 gramos de sal al día (2,4 gramos de
sodio), vemos que solo 500g diarios de pan bastan para superar dicho
valor.
El cloruro de sodio refinado es
ampliamente utilizado por la industria alimentaria, que además de la
propiedad saborizante, toma en cuenta el aspecto conservante de la sal.
En muchos productos se usa en forma abundante para resaltar cualidades
gustativas, mientras que en otros cumple una función preservante.
Además, el sodio forma parte de gran cantidad de aditivos alimentarios
legalmente autorizados: conservantes, estabilizantes, emulgentes,
espesantes, gelificantes, potenciadores de sabor o edulcorantes. Veamos
aquí la nómina de 44 aditivos basados en el sodio, que a veces aparecen
en las etiquetas con la simple indicación numérica:
E-201 sorbato sódico
E-211 benzoato sódico
E-215 derivado sódico del 4-hidroxibenzeno
E-221 sulfito sódico
E-222 bisulfito sódico
E-223 metabisulfito sódico
E-237 formiato de sodio
E-250 nitrito sódico
E-251 nitrato sódico
E-262(i) acetato sódico
E-262(ii) diacetato sódico
E-281 propionato sódico
E-301 ascorbato sódico
E-325 lactato sódico
E-331a citrato monosódico
E-331b citrato disódico
E-331c citrato trisódico
E-335a tartrato monosódico
E-335b tartrato disódico
E-337 tartrato sódico-potásico
E-339a fosfato monosódico
E-339b fosfato disódico
E-339c fosfato trisódico
E-350i malato sódico
E-350ii malato ácido de sodio
E-401 alginato sódico
E-450a(i) difosfato disódico, trisódico
E-450b(i) trifosfato pentasódico
E-450c(i) polifosfatos de sodio
E-470 sales sódicas, potásicas y cálcicas
E-481 estearoil 2-lactil-lactato sódico
E-500a carbonato sódico
E-500b bicarbonato sódico
E-500c sesquicarbonato sódico
E-514 sulfato sódico
E-524 hidróxido sódico
E-535 ferrocianuro sódico
E-541 fosfato ácido de sodio y aluminio
E-554 silicato de sodio y aluminio
E-576 gluconato de sodio
E-621 glutamato monosódico
E-627 guanilato sódico
E-631 inosinato disódico
E-635 5´-ribonucleótido sódico
E-211 benzoato sódico
E-215 derivado sódico del 4-hidroxibenzeno
E-221 sulfito sódico
E-222 bisulfito sódico
E-223 metabisulfito sódico
E-237 formiato de sodio
E-250 nitrito sódico
E-251 nitrato sódico
E-262(i) acetato sódico
E-262(ii) diacetato sódico
E-281 propionato sódico
E-301 ascorbato sódico
E-325 lactato sódico
E-331a citrato monosódico
E-331b citrato disódico
E-331c citrato trisódico
E-335a tartrato monosódico
E-335b tartrato disódico
E-337 tartrato sódico-potásico
E-339a fosfato monosódico
E-339b fosfato disódico
E-339c fosfato trisódico
E-350i malato sódico
E-350ii malato ácido de sodio
E-401 alginato sódico
E-450a(i) difosfato disódico, trisódico
E-450b(i) trifosfato pentasódico
E-450c(i) polifosfatos de sodio
E-470 sales sódicas, potásicas y cálcicas
E-481 estearoil 2-lactil-lactato sódico
E-500a carbonato sódico
E-500b bicarbonato sódico
E-500c sesquicarbonato sódico
E-514 sulfato sódico
E-524 hidróxido sódico
E-535 ferrocianuro sódico
E-541 fosfato ácido de sodio y aluminio
E-554 silicato de sodio y aluminio
E-576 gluconato de sodio
E-621 glutamato monosódico
E-627 guanilato sódico
E-631 inosinato disódico
E-635 5´-ribonucleótido sódico
Párrafo aparte para el glutamato
monosódico, considerado como un aditivo peligroso. Su empleo en la
industria alimentaria y en la restauración se remonta a casi medio siglo
de historia, como potenciador de sabor. El E-621 (tal su identificación
en las etiquetas) actúa como neurotransmisor, implicado en la respuesta
sensorial característica del sentido del gusto, al intervenir en la
transmisión de señales eléctricas a lo largo de las neuronas.
Normalmente se usa en comidas precocidas, sopas, aperitivos, salsas,
embutidos, cereales, carnes, mezclas de especias, conservas, alimentos
procesados, sopas de sobre, cubitos de caldo, aderezos, etc. Y EN LS BOLSAS DE SNACKS; GUSANITOS; PATATS Y DEMAS PARA LOS NIÑOS. ES DE VERGUENZA.
Pese a estar autorizado su uso, numerosos
estudios han cuestionado seriamente la inocuidad del glutamato
monosódico. Investigadores japoneses lo relacionan con la pérdida de
visión a largo plazo y la ceguera. En diversos experimentos se demostró
que su inyección directa en el ojo, en concentraciones entre bajas y
moderadas, causa daño nervioso. Una investigación clínica de la
Universidad Complutense de Madrid, ha revelado que la ingesta de
glutamato monosódico aumenta considerablemente el apetito, con el
consiguiente riesgo de obesidad. Consumido en exceso y/o desde la
infancia, puede modificar el funcionamiento de una zona del cerebro que
regula el apetito, aumentando el deseo de comer hasta en un 40%.
En síntesis, el glutamato monosódico
puede producir: contracciones musculares en la cara y el pecho,
palpitaciones, ataques de asma y jaquecas, esterilidad, obesidad y el
famoso “síndrome del restaurante chino” (rigidez muscular en cuello y
mandíbula, degeneración de las células del cerebro, problemas gástricos,
rigidez y/o debilidad en las extremidades, visión borrosa, mareos,
cefaleas, opresión torácica, sensación de calor y hormigueo,
aturdimiento y enrojecimiento facial). Puede ser suficiente la ingesta
de 3 gramos de esta sustancia para generar dicho síndrome.
PERJUICIOS DE LA SAL REFINADA
Creímos conveniente abordar los daños que
produce el consumo de sal refinada, recién después de haber pasado
revista a la problemática industrial. Esto nos permite comprender mejor
los mecanismos defensivos que debe desarrollar el organismo para
intentar neutralizar esta agresión cotidiana. Como hemos visto, el
problema tiene dos facetas principales e igualmente graves: la pésima
calidad (física, química y energética) y la elevada cantidad que se
ingiere.
El consumo principal de sal refinada
proviene de los alimentos industrializados, que, como vimos, la utilizan
por sus efectos gustativo y conservante. En este aspecto no hay que
pensar solo en conservas o típicos productos salados (aceitunas,
jamones, quesos, embutidos, fiambres, patatas fritas, caldos en cubos o
polvos, etc), sino en alimentos aparentemente inofensivos (panificados, o
el “saludable” yogurt diario que tiene cloruro sódico como
conservante).
Más allá del desguace provocado por la
refinación, el principal problema de la moderna sal de mesa para la
salud humana, es justamente aquello que la hace un inapreciable
ingrediente de la química industrial: su reactividad. Frente a la
amenaza que representa este compuesto reactivo (cloruro sódico), el
organismo se ve obligado a poner en marcha varios mecanismos de defensa
que, además de generar un importante gasto de energía y recursos, no
bastan para resolver totalmente la magnitud del problema.
RETENCIÓN DE LÍQUIDOS
Un primer mecanismo de neutralización es
la hidratación y se basa en el empleo de agua intracelular o plasma.
Este precioso elemento -un recurso limitado en el organismo y
originalmente destinado a otros fines fisiológicos- se usa para
compensar iónicamente la reactividad de las moléculas de cloruro sódico.
Cada gramo de cloruro de sodio que debe ser contrarrestado, exige el
consumo de 23 veces su peso en agua intracelular. El producto
resultante, aunque haya sido balanceado eléctricamente, igualmente debe
ser eliminado como sustancia tóxica. Los riñones pueden excretar sólo
una parte: se calculan unos 5/7 gramos diarios, frente a un consumo
promedio de 12/20 gramos. Este déficit cotidiano entre lo que ingresa
por boca y lo que puede salir por vía renal, es uno de los grandes
problemas que nuestro estilo de vida le crea al organismo. Para tomar
conciencia de la magnitud del problema, basta multiplicar estos valores
por los 30 días de un mes o los 365 días del año!!! Aquí también podemos
encontrar el verdadero origen de otra difundida problemática moderna:
la retención de líquidos. Esto deriva en aumento de peso y mayor
exigencia para órganos (corazón, hígado, riñones), que deben trabajar en
exceso.
Otra consecuencia negativa de este
mecanismo cotidiano de neutralización, es la merma del volumen de
líquido intracelular. Frente al gran caudal que demanda el cuantioso
ingreso de moléculas reactivas, el organismo se ve obligado a optar
entre atender las naturales necesidades de plasma para la renovación
celular (los millones de células que se fabrican diariamente, requieren
este fluido corporal como principal material constitutivo) y la
exigencia de neutralizar la peligrosa reactividad, usando este vital
elemento. La consecuencia a mediano plazo es la paulatina deshidratación
celular y corporal, también conocida como senilidad latente. Beber agua
no basta para reponer dicha carencia, pues el agua intracelular no es
únicamente H2O, sino también los restantes 82 elementos que forman el
plasma marino. En síntesis, por un lado el organismo tiene un nefasto
exceso de cloruro sódico y por otro, una grave carencia de sal completa y
correctamente estructurada.
OBESIDAD Y CELULITIS
El cloruro sódico que no logra eliminarse
por vía renal, al permanecer en el cuerpo, genera un segundo mecanismo
de neutralización: la captura lipógena. El organismo “reclama” células
grasas para “encapsular” al cloruro de sodio “vagante”. Por este medio,
el cuerpo busca aislar material toxico que no puede evacuar en el
momento, a la espera de algún momento de pausa, en el cual eliminarlo
definitivamente del medio. Ese momento sería, por ejemplo, un ayuno, que
demás está decir, jamás tiene lugar en nuestro vertiginoso ritmo de
vida.
Como consecuencia de este segundo
mecanismo de neutralización, el organismo va formando un tejido
esponjoso que deposita en la hipodermis, el estrato más profundo de la
piel. Este edema acidulado genera dos consecuencias por demás conocidas y
temidas: sobrepeso y celulitis. Puede afirmarse que este proceso de
neutralizar sustancias tóxicas (no solo el cloruro de sodio) en el
tejido graso, es una de las causas profundas de la obesidad, aunque sea
algo difícil de aceptar a causa de nuestro condicionamiento cultural.
Concretamente: más toxinas quedan en el organismo por colapso de los
emuntorios, más incremento de grasa corporal. O dicho de otro modo: la
toxemia corporal genera obesidad.
CRISTALIZACIÓN Y ESCLEROSIS
Las moléculas de cloruro de sodio que no
consiguen ser eliminadas por los riñones o aisladas en el tejido graso,
obligan a desarrollar un tercer mecanismo de supervivencia: la
cristalización. Y bien decimos supervivencia, porque la acumulación de
más de 35g de estos cristales puede resultar letal para el cuerpo. El
cloruro sódico se une con aminoácidos de origen animal (presentes en los
productos lácteos y cárnicos) y da lugar a la formación de cristales de
ácido úrico. Los cristales que no consiguen ser evacuados del
organismo, se depositan en huesos y articulaciones a la espera de una
oportunidad futura de excreción (tal como sucede con el tejido graso),
provocando dolores osteoarticulares (artritis, gota, reuma) por sus
características punzantes. Otros cristales de ácido úrico se recombinan
con más cloruro de sodio y oxalatos de calcio, dando lugar a la
formación de arenillas y cálculos (vejiga, riñón, vesícula). Otra
variante de esta cristalización la encontramos en las paredes de venas y
arterias, causando fragilidad capilar y esclerosis. La cristalización
es, originalmente, un mecanismo protectivo y de emergencia que el
organismo desarrolla para defender la calidad del medio celular y el
correcto funcionamiento de las células. Pero la cronicidad de la
intoxicación termina por envenenar al sistema, ya que el exceso de
cristales no consigue ser evacuado del organismo y ello provoca graves
dolencias, también crónicas.
Otros perjuicios del consumo de sal
refinada han sido evaluados por distintos investigadores: problemas
emocionales, excitación, insomnio, fatiga, úlceras, dependencia
adictiva, hipertrofia de las glándulas suprarrenales, pérdida del
cabello, estreñimiento, cáncer de estómago y osteoporosis (el exceso de
sal incrementa la excreción de calcio a través de la orina, favoreciendo
la desmineralización del hueso). La diagnosis oriental brinda
indicadores físicos para detectar la excesiva presencia de sal en el
organismo: piel oscura, rigidez muscular, mandíbulas apretadas, dientes
inferiores sobresalientes, derrames en el blanco del ojo, orina fuerte y
heces oscuras y confitadas.
ALTERNATIVAS A LA SAL REFINADA
Tras haber abordado la cuestión
energética y las disparidades entre cristales naturales y refinados,
conviene detenernos en las diferencias que existen entre las distintas
opciones naturales de sal. Vimos que en la antigüedad, una de ellas
estaba reservada a la nobleza (sal de roca) y otra a la plebe (sal de
mar). Ahora veremos los motivos de esta discriminación, quedando la duda
si ello se hacía por cuestiones esotéricas o intuitivas.
Ambos tipos de sal provienen del plasma marino, y se originan como
consecuencia de la evaporación del agua. La sal marina natural se
produce generalmente en zonas costeras, a través de una antigua técnica
de evaporación en cuencas comunicadas por canales. En este caso, es
evidente que el estado de contaminación del mar repercutirá en la
contaminación de la sal así obtenida. Antiguamente esto no era un
problema. En cambio, hoy día todos los mares y sobre todos aquellos de
los litorales habitados, están recibiendo la descarga de desechos
cloacales e industriales. A esto se agrega el efecto provocado por la
navegación y sus continuos e inevitables accidentes. La contaminación no
solo se visualiza en términos de metales pesados e hidrocarburos, sino
en la consiguiente incorporación de los patrones vibratorios disonantes,
propios de estos desechos.
Otra fuente de sal marina son las minas a
cielo abierto, donde simplemente se recogen antiguas evaporaciones que
han quedado ahora circunscriptas a territorios mediterráneos. En el caso
de nuestro país, podemos citar los salares de La Pampa, San Luis o
Córdoba. En estos casos es habitual el procedimiento de “limpieza” o
“lavado”, consistente en extraer “impurezas”, que no son otra cosa que
preciosos oligoelementos (minerales traza) claves para nuestra salud. El
mayor o menor grado de esta inútil intervención humana, que quita
microminerales claves para la salud, determina la mayor o menor calidad
del producto final. Obviamente, cuanto más blanco y corredizo, más
refinado y empobrecido. Aquí no nos referimos a la refinación industrial
para obtener cloruro de sodio puro, sino simplemente al lavado que se
realiza para “mejorar” la presentación del producto, o bien para cumplir
con los grados de pureza que exige la ley a través del Código
Alimentario (ver apéndice al final de libro).
En el caso de la sal andina, estamos
hablando de residuos de evaporaciones ocurridas hace 250 millones de
años, que luego de capturar la energía fotónica del sol, han sido
sometidos a inmensas presiones de antiquísimos plegamientos. Estas
transformaciones biotectónicas, han impreso un particular patrón
energético en su estructura cristalina y la han preservado de
contaminaciones. La sal de cristal de roca o sal gema se encuentra en
brillantes venas blanquecinas o rosáceas, lo cual obliga a un proceso
extractivo artesanal.
Técnicamente, el cristal de sal de roca
(o gema, según la legislación nacional) recibe el nombre de halita y su
disponibilidad está limitada a ciertas regiones del planeta. Por
ejemplo, existen vetas en el Himalaya, sobre las cuales recientemente se
han realizado importantes estudios y análisis que revalorizaron su
potencial y generaron la reactivación de su explotación manual. En
nuestro continente tenemos depósitos de estos preciados cristales a lo
largo de los plegamientos andinos. Sin embargo, el desconocimiento y la
prohibición para consumo humano, hacen que sólo las poblaciones locales
hagan uso de este recurso y, más que para el uso humano, ¡¡¡para
complementar la dieta de sus animales de pastoreo!!! Pero estas cosas no
suceden solo por presunta “ignorancia campesina”. Es interesante notar
que el Código Alimentario Argentino permite para consumo humano
solamente aquellos cristales transparentes y de gran pureza (99,5 % de
cloruro de sodio). En cambio “la sal gema impura, blancuzca o grisácea…
podrá expenderse para la alimentación de animales únicamente” (ver
artículo 1271 del apéndice, al final del libro).
Con el devenir de la revolución
industrial, las minas de cristal de roca fueron cayendo en el abandono,
no pudiendo competir a nivel de volúmenes y costos de extracción y
transporte, con el sencillo sistema de los salares a cielo abierto.
También por esta causa fue perdiendo importancia económica la producción
de sal por evaporación, en los litorales marinos. Finalmente la
abundante y económica oferta de sal industrial refinada, terminó por
generar un cono de sombra sobre ambas fuentes de sal natural.
El empleo de microscopios electrónicos de
alta potencia, permite visualizar en imágenes todo lo que expresamos en
palabras sobre las diferentes sales. A continuación reproducimos
fotografías de distintos cristales de sal, publicadas en el libro “Agua
& Sal” de lo doctores alemanes Barbara Hendel (médica) y Peter
Ferreira (biofísico). Para dar una idea de lo reciente de estos
conocimientos, digamos que dicho volumen fue editado en Alemania en 2001
y traducido al inglés recién en 2003.
Más allá de la pureza, garantizada por la
presencia de los cristales enteros, la diferencia fundamental entre la
sal marina y la sal andina tiene que ver con el aspecto energético.
Sería como comparar un guijarro de arroyo y un diamante. Los elementos
del guijarro son de composición grosera, pues no han estado sometidos a
grandes presiones durante millones de años. En cambio los cristales de
roca muestran una composición más refinada, por efecto de estas
antiquísimas compresiones tectónicas. Y es esta sutil energía, también
llamada por los biofísicos “patrón energético altamente ordenado”, la
que se libera al disolver los cristales en agua. Por este sencillo
proceso, más conocido como hacer salmuera y que veremos luego en
detalle, también estamos disolviendo los quantos de luz (los biofotones
más puros) fijados en la red cristalina. De ese modo obtenemos una sopa
primaria, similar a la que originó la vida en la tierra, similar al
líquido amniótico del vientre materno y similar también a nuestro plasma
sanguíneo.
La forma más práctica y eficiente de
consumir sal andina, es a través de su disolución en agua, con lo cual
se logra lo que técnicamente se llama solución salina y que vulgarmente
se conoce como salmuera. De ese modo, los componentes minerales y
energéticos contenidos intactos en los cristales, se difunden en el
medio acuoso, que hace las veces de eficiente vehículo.
Normalmente se consiguen los cristales de
sal ó la salmuera preparada. Para preparar salmuera en casa, basta
colocar los cristales de sal andina en un frasco de vidrio con agua
limpia, removiendo luego. Al cabo de 24 horas estaremos en presencia de
una solución saturada. Este límite es infranqueable y representa una
garantía de concentración, sin necesidad de controlar pesos y medidas.
De todos modos, para ayudar a dimensionar el recipiente a utilizar,
digamos que 500 gramos de cristales de sal generan aproximadamente dos
litros de salmuera o solución saturada.
Por último, existen alternativas
desarrolladas con el fin de ennoblecer el tenor mineral de este
condimento básico; nos referimos a la sal andina enriquecida. Como hemos
visto, la aditivación mineral se convierte en un factor tóxico cuando
se realiza a partir de compuestos refinados o de síntesis química. Esto
lo sabían los orientales, que desarrollaron un excelente suplemento
mineralizante: el furikake. Se trata de un artesanal preparado japonés,
resultado de combinar hojas escaldadas y pulverizadas (mora, escarola,
zanahoria, nabo, etc). Dichas hojas poseen una característica en común:
la alta cantidad y calidad de los minerales orgánicos contenidos,
fácilmente asimilables por el organismo. En el caso de la sal andina
enriquecida, se agregan también pulverizados de hojas condimentarias
(salvia, orégano, apio, perejil, espinaca y romero) y algas (kelp y
espirulina), lo cual aporta gran dosis de sabores y principios activos,
nutricionales y terapéuticos. Al combinar la sal andina con este
pulverizado de hojas y algas, el resultado es un exquisito aderezo
saborizante y mineralizante, ideal para usar en la preparación de
rehogados, nitukes, estofados, guisos, caldos, ensaladas, etc.
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Extractos deLa Sal Saludable,de Néstor Palmetti.
Tomado en parte de estonoescomida.com
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